3. De la moral a la Ética

El instinto y la razón

Una de las diferencias más importantes que hay entre las personas y los animales tiene que ver con nuestra forma de comportarnos. Los animales actúan guiados por los instintos, mientras que las personas pueden usar lo que llamamos “razón” para guiar su conducta.

El comportamiento de los animales está pautado genéticamente: ellos actúan siguiendo su instinto de una forma prefijada. Cuando un león está hambriento, su tendencia natural le llevará a cazar una presa para comer.

Las personas, en cambio, podemos controlar nuestros impulsos porque somos seres racionales. Nuestra razón nos permite elegir nuestra conducta. Aunque los seres humanos también sentimos necesidades y deseos, nosotros podemos elegir cómo y cuándo satisfacerlos.

Carlos Beorlegui, La singularidad de la especie humana. De la hominización a la humanización. Publicaciones de la Universidad de Deusto, Bilbao, 2011, Serie Filosofía, volumen 38, p. 437
Mariano Yela Granizo, “Comportamiento animal y conducta humana”Psicothema, Vol. 8, Nº. Extra 1, 1996, págs. 149-163 (p. 157)

Como ya señaló el filósofo griego Aristótelesla racionalidad humana está asociada a nuestra capacidad para utilizar el lenguaje. Según Aristóteles, el dominio del lenguaje hace posible que las personas podamos hablar y pensar. Esta posibilidad nos permite deliberar acerca de nuestro comportamiento y elegir cómo queremos actuar. Por eso la capacidad racional está muy unida a la moralidad y a la sociabilidad humana.

Somos libres

La capacidad racional que tenemos las personas nos ayuda a procesar nuestros sentimientos y nuestras inclinaciones naturales. Aunque a menudo desearíamos comportarnos de manera impulsiva, también nos damos cuenta de que esa conducta no siempre es la más conveniente. A diferencia de los animales, los seres humanos no nos vemos arrastrados a comportarnos de manera instintiva porque la razón nos permite elegir el comportamiento que nos parece más adecuado en cada caso: las personas somos libres para elegir cómo actuar, a pesar de la fuerza que a veces tienen nuestros impulsos naturales.

Los animales, que actúan instintivamente, no pueden decidir; o, al menos, no pueden hacerlo con la complejidad que nosotros podemos hacerlo: los animales obran, principalmente, siguiendo sus impulsos. Por esa razón no podemos culparlos por su conducta. Así, no podemos castigar a un león hambriento por haberse comido a su presa.

Las personas, en cambio, somos distintas: la libertad nos hace diferentes porque nos permite decidir cómo comportarnos. Esta capacidad de elegir nos hace responsables de nuestros actos. Por ejemplo, a una persona que ha atacado a otra sí se la puede castigar, porque entendemos que podría haber actuado de otra manera.

La libertad nos obliga a justificar nuestras elecciones: estas explicaciones se las debemos a las personas que se ven afectadas por las consecuencias de nuestras acciones; y también nos las debemos a nosotros mismos, porque necesitamos tener claras cuáles son las razones que han motivado nuestro comportamiento.

La ley y la moral

Parece claro que cuando hay que tomar decisiones importantes resulta imprescindible meditar despacio nuestra elección. Pero la reflexión moral requiere tiempo y esfuerzo. Por eso, en nuestra vida cotidiana no podemos detenernos a cada momento para determinar cuál debe ser nuestro comportamiento en cada caso. Así, la mayor parte de nuestras acciones cotidianas se basan en las costumbres. A su vez, estas costumbres suelen apoyarse en una serie de reglas que nos sirven de guía.

Las normas que habitualmente solemos emplear como guía de actuación simplifican mucho nuestra vida, porque nos ahorran la necesidad de estar continuamente decidiendo lo que hacer. Sin embargo, no todas son iguales. Algunas se basan en la ley, mientras que otras tienen un origen moral.

Las leyes son las normas que crea la sociedad para organizar nuestra convivencia. Las normas legales nos vienen impuestas desde fuera y son iguales para todos (o deberían serlo). Cumplir la ley es obligatorio, por lo que si desobedecemos nos pueden castigarLas normas morales, en cambio, provienen del interior, porque las elabora nuestra propia conciencia. Cada cual tiene las suyas propias, que pueden ser distintas a las de otras personas. Cuando actuamos en contra de nuestras propias normas morales podemos sentir remordimiento y arrepentirnos de lo que hemos hecho.

Ética y ciudadanía, Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y de Formación del Profesorado del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (http://recursostic.educacion.es/secundaria/edad/4esoetica/quincena5/index_quincena5.htm). Coordinación: Simón Royo Hernández. Autores: Julián Jesús Martínez López, Pedro Fernández Liria, María José Serrano de la Cruz, Concepción Pérez García, César Prestel Alfonso, Óscar Sánchez Vadillo, Simón Royo Hernández

El desarrollo de la conciencia moral

La conciencia moral de las personas es algo que va cambiando con la edad. Los bebés, por ejemplo, no tienen conciencia moral: esta va evolucionando con el tiempo hasta que madura en la adolescencia y se consolida con los años y la experiencia.

El psicólogo Jean Pieget elaboró una interesante teoría para explicar cómo se desarrolla la conciencia moral. Según sus conclusiones, antes de los 5 años el niño solo es capaz de entender normas muy concretas y particulares, las cuales son interpretadas como mandatos rígidos establecidos por los adultos y que nunca se pueden cambiar. Entre los 5 y los 10 años aproximadamente, el grupo de amigos adquiere una gran importancia. A través del juego, el niño comienza a comprender que las normas son reglas que se establecen para ordenar la relación entre las personas, y que a veces se pueden cambiar si todos están de acuerdo. A partir de los 10 años aproximadamente, el niño es capaz de elaborar reglas generales. A esa edad comienza a comprenderse que las reglas deben basarse en el respeto a las personas, y que su aplicación puede variar según las circunstancias.

¿De dónde viene la moral?

La conciencia moral, como hemos visto, sirve para guiar nuestro comportamiento e indicarnos lo que debemos hacer y lo que conviene evitar. Sin embargo, como la moral es individual, a menudo personas diferentes siguen distintas normas morales. Por esta razón, este tema de la conciencia moral nos plantea preguntas filosóficas de gran importancia, como la pregunta acerca de si hay alguna norma moral básica que sea compartida por todo el mundo; si hay comportamientos que todos los seres humanos aprueben o rechacen por igual; o la pregunta por el origen de nuestras reglas morales: si se trata de algo con lo que nacemos o si es algo que nos enseñan según vamos creciendo…

Relativismo moral: algunas personas creen que las normas morales varían dependiendo de las personas, del momento y del lugar. Según esta teoría, lo que se considera bueno o malo es relativo, ya que depende del punto de vista de cada cual. Para los relativistas morales ninguna norma moral es universal ni eterna, porque lo que se considera bueno o malo cambia según las circunstancias. Los relativistas creen que la moral es algo que las personas aprenden durante la infancia, por lo que cambia de unas sociedades a otras.

Objetivismo moral: los objetivistas creen que, a pesar de las variaciones, sí existen algunas normas morales muy básicas que todos los seres humanos compartimos, sí hay algunas reglas morales que son universales, válidas para todas las personas. Por ejemplo, los objetivistas creen que en todas las culturas se condena el asesinato, y también en todas partes se elogia a quienes respetan y cuidan de su familia. Para esta postura, las normas morales fundamentales son algo que heredamos porque forman parte de nuestra naturaleza humana. Todas las personas, desde que nacemos, tenemos la capacidad de distinguir lo que está bien y lo que está mal. Aunque, claro, esta capacidad se desarrolla con el tiempo, pues los recién nacidos no disponen aún de conciencia moral. No se niega que la cultura y la sociedad influyen en nuestras normas; pero, según esta teoría, esto no cambia el hecho de que hay algunas acciones que son buenas en sí mismas, mientras que otros comportamientos son malos también en sí mismos.

La ética de la felicidad

El filósofo griego del siglo IV a. C. Aristóteles comienza su ética (su reflexión moral) con una pregunta aparentemente sencilla: ¿qué es lo que las personas tratamos de conseguir con nuestras acciones? Tal vez puedas pensar que lo que buscamos depende de la situación. Por ejemplo, a menudo actuamos para conseguir un premio, alabanzas, éxito y reconocimientos de los demás… Pero, si lo piensas bien, verás que así no respondemos del todo a la pregunta, porque podríamos seguir cuestionando para qué queremos esas cosas. Después de reflexionar, Aristóteles llegó a la conclusión de que todas las cosas que hacemos están orientadas a un solo objetivo: lo que queremos todos, en el fondo, es alcanzar la felicidad. Cuando actuamos para lograr recompensas, fama o riqueza, en realidad lo hacemos porque creemos que de ese modo vamos a ser felices.

Aristóteles, Ética Nicomáquea, traducción por Julio Pallí Bonet, Editorial Gredos, Madrid, 1998, 1095a 15, Libro I, capítulo 4, p. 134

Tal vez todo el mundo esté de acuerdo en que las personas deseamos ser felices. Lo que no está tan claro es cómo podemos lograrlo. ¿Qué es lo que podemos hacer en la práctica para alcanzar la felicidad? Aristóteles pensaba que el camino hacia la felicidad consiste en intentar convertirse en el tipo de persona que nos gustaría ser. Esto lo logramos con nuestras acciones cotidianas, que si se repiten a menudo acaban por convertirse en costumbres. Cuando nuestras costumbres son buenas se llaman virtudes; cuando son malas las llamamos vicios. Aristóteles insiste en la importancia de comportarse de un modo virtuoso, para que nuestras buenas costumbres se conviertan en parte de nuestra forma de ser. Además, Aristóteles pensaba que la virtud consiste en actuar siempre con moderación, eligiendo el punto medio entre dos extremos. Esto quiere decir que con nuestro comportamiento no debemos pasarnos ni quedarnos cortos, sino hacer lo apropiado en cada situación.

Aristóteles, Ética Nicomáquea, traducción por Julio Pallí Bonet, Editorial Gredos, Madrid, 1998, 1097b, Libro I, capítulo 7, p. 142

ACTIVIDADES (para realizar en el cuaderno/portafolio)

1) Disertación. El filósofo griego Sócrates pensaba que nadie hace el mal a sabiendas, que quien obra mal no lo hace por maldad sino por ignorancia. A esta forma de pensar, según la cual el bien se identifica con el conocimiento, la denominamos intelectualismo moral. Desde este punto de vista, si queremos que las personas se comporten bien lo que necesitamos es educarlas y ayudarlas a aprender y crecer adecuadamente; pues, según Sócrates, quien sabe lo que es el bien, hará lo que está bien.

  • Expón tu punto de vista sobre el intelectualismo moral socrático en una redacción de una página. En tu disertación debes exponer las razones por las cuales estás de acuerdo o en desacuerdo, así como algunos ejemplos que sirvan para ilustrar tu posición

CUESTIONES PARA REPASAR LOS CONTENIDOS:

  1. ¿Qué diferencias fundamentales hay entre el comportamiento de los animales y el de los seres humanos?
  2. ¿Qué diferencias hay entre las normas morales y las normas legales? Explícalo poniendo algunos ejemplos.
  3. Con respecto al origen de nuestra moral, existen dos posturas fundamentales: el relativismo y el objetivismo. Explica ambas posturas utilizando ejemplos.
  4. ¿Por qué dice Aristóteles que la felicidad es un fin en sí mismo (es decir, un objetivo que todos deseamos lograr)? ¿Cómo pensaba que debemos comportarnos en nuestra vida cotidiana para alcanzar la felicidad?
  5. ¿Qué es lo que te ha parecido más interesante de este tema? ¿Por qué? ¿Te gustaría profundizar en alguno de los temas tratados? ¿En cuál/cuáles? ¿Por qué?

Lee el siguiente caso.

 

En una ciudad de Alemania vive un hombre llamado Heinz, cuya mujer se encuentra muy enferma. El único remedio para la mujer de Heinz está en manos de un farmacéutico que vive cerca de allí, y que ha inventado una medicina. Heinz va a verlo y le expone el problema de su mujer, pero el farmacéutico le pide un precio exorbitado por la medicina. Se justifica diciendo que ha pasado muchos años investigando, y que ahora tiene derecho a ganar dinero por su trabajo. Heinz no tiene tanto dinero, ni modo de conseguirlo. Por la noche, antes de volver a su casa, Heinz da vueltas frente a la farmacia, dudando sobre si debe robar la medicina. Si no lo hace, su mujer morirá. Si lo hace y le pillan, irá a la cárcel.

 

1/ ¿Debe Heinz robar la medicina? ¿Por qué o por qué no?

 

2/ ¿Debería robarla para un amigo? ¿Por qué o por que no?

 

3/ ¿Debería robarla para un desconocido? ¿Por qué o por qué no?

 

4/ Si Heinz no quiere a su mujer ¿debería robarla? ¿Por qué o por qué no?

 

El dilema de Heinz es un caso famoso en el que se plantea uno o varios dilemas morales. El investigador Lawrence Kohlberg lo utilizó para estudiar el desarrollo del juicio moral en las personas. Kohlberg se inspiró en los trabajos de otro científico, Jean Piaget, que estudió el desarrollo del razonamiento en los niños. Piaget observó que los niños pasan por determinadas etapas en su comprensión del mundo.  En cada una de estas etapas el cerebro de los niños está preparado para comprender unas cosas, y no otras. Por ejemplo, un bebé de pocos meses pasa por una etapa que Piaget llama senso-motora, en la que el aprendizaje se produce manipulando cosas, y no podemos esperar que un bebé aprenda de lo que le dicen los demás, porque su cerebro todavía no ha logrado el lenguaje articulado.

Los niños muy pequeños tienen todavía  que aprender cosas que nos parecen muy simples. Tienen que aprender que los objetos permanecen en el tiempo, o tienen que aprender que las personas tienen una mente diferente a ellos. ç

No es de extrañar que los bebés sean impacientes o egocéntricos. Su cerebro se tiene que desarrollar muchísimo. Poco a poco, a medida que experimenten con el mundo, irán aprendiendo. Lo que Piaget observó es que este es un proceso biológico, y que se produce a saltos, esto es, en determinados momentos los niños adquieren formas de pensar que cambian su manera de ver el mundo, y que les permiten avanzar de manera exponencial. Por ejemplo, en un momento dado adquirirán el lenguaje, y en otro momento, sobre los diez o doce años, empezarán a hacer operaciones abstractas y a hacer razonamientos deductivos como los siguientes.

Cien economistas participan en una convención. De pronto, uno se pone de pie y grita a voz en cuello: «Todos ustedes son unos mentirosos». Acto seguido, el que está a su derecha también se para y grita exactamente lo mismo. Y luego lo hace el otro, y el otro, y así hasta que los cien terminan acusándose mutuamente.
Admitamos que todos los economistas son o bien veraces (y siempre dicen la verdad) o bien mentirosos (y siempre mienten). ¿Cuántos economistas veraces hay, si es que hay alguno?

 

 

Un oso camina 10 Km hacia el sur, 10 hacia el este y 10 hacia el norte, volviendo al punto del que partió. ¿De qué color es el oso?

 

En una mesa hay tres sombreros negros y dos blancos. Tres señores en fila india se ponen un sombrero al azar cada uno y sin mirar el color.
Se le pregunta al tercero de la fila, que puede ver el color del sombrero del segundo y el primero, si puede decir el color de su sombrero, a lo que responde negativamente.
Se le pregunta al segundo que ve solo el sombrero del primero y tampoco puede responder a la pregunta.
Por último, el primero de la fila que no ve ningún sombrero responde acertadamente de qué color es el sombrero que tenía puesto.
¿Cuál es este color y cuál es la lógica que uso para saberlo?

 

 

Lawrence Kolhberg siguió el modelo de Piaget, pero él estaba interesado principalmente en el estudio del desarrollo del juicio moral. Su pregunta era; ¿como hacen los niños, y las personas en general, para pensar acerca de lo bueno y lo malo? Kolhberg pasó miles de test a niños y adultos, estudiando principalmente como justificaban sus respuestas de por qué una cosa está bien o está mal hacerla. Encontró que las personas pasan por tres etapas, que son las que someramente se presentan en este cuadro.

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La primera etapa la llamó PRECONVENCIONAL, y está orientada a evitar castigos, a obtener recompensas. Las personas en esta etapa están centradas en si mismas, en lo que les beneficia y les perjudica, y según esto determinan si algo es bueno o malo. También pueden pensar que es bueno cumplir pactos con los demás, dado que nos beneficia mutuamente.

El segundo nivel de desarrollo lo llamó CONVENCIONAL. En este las personas justifican que algo es bueno o malo no según el interés propio, sino según el interés de su grupo de referencia. Los niños y adolescentes aprenden a comportarse “como se espera de ellos”, y a adoptar su punto de vista al de su grupo de referencia. Entienden que las leyes se cumplen en beneficio de la sociedad, y que hay que cumplir las normas no por temor al castigo, sino porque es lo mejor para todos.

El tercer nivel es el que Kolhberg llamó POSTCONVENCIONAL. Alguna gente llega a este nivel, en tanto otros no piensan así nunca. En este nivel las personas comienzan a relativizar las normas de su grupo, al darse cuenta de que distintos grupos o distintas sociedades tienen estándares morales diferentes. Las personas en esta nivel piensan que las reglas ha veces no han de seguirse ciegamente, pero no por egoísmo (como podría pensar alguien en el primer nivel) sino por una cuestión de justicia. Las personas en este nivel justifican sus conductas en razón de principios morales abstractos, como la justicia o los derechos humanos o la conciencia moral.